Blog Los viajes de Dora Palacio de la Aljafería en Zaragoza ~ LOS VIAJES DE DORA
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Palacio de la Aljafería en Zaragoza

La Aljafería de Zaragoza fue declarada monumento nacional de interés histórico-artístico el 4 de junio de 1931, a pesar de lo cual, todavía en 1947 permanecía como un "espantajo lamentable cubierto de harapos", según frase del arquitecto Francisco Íñiguez Almech, quien, durante más de treinta años, acometió una lenta y minuciosa labor de rescate que, tras su muerte en 1982, ha sido continuada por los arquitectos Ángel Peropadre Muniesa, Luis Franco Lahoz y Mariano Pemán Gavín. El resultado de todas estas intervenciones, realizadas con el respaldo de varias excavaciones arqueológicas, ha dado lugar al aspecto que el edificio presenta en la actualidad, en el que se pueden diferenciar los restos originales de los reconstruidos.

A todo ello hay que añadir la instalación de las Cortes de Aragón en una parte del conjunto monumental, habiendo dirigido las obras desde 1985 los arquitectos Franco y Pemán. Estos trabajos se enmarcan dentro de las corrientes estéticas de la arquitectura contemporánea y, en ellas, sus autores han huido de la inclusión de elementos históricos que pudieran producir posibles equívocos de interpretación.

En el año 2001, la UNESCO declaró patrimonio de la Humanidad el mudéjar de Aragón, destacando que el palacio de la Aljafería es uno de los monumentos más representativos y emblemáticos del arte mudéjar aragonés.




Nada más acceder al interior, se llega al Patio de San Martín.


En un lateral del patio se encuentra la puerta de acceso a la Iglesia de San Martín que aprovecha los lienzos del ángulo noroeste de la muralla, hasta el punto de que se usó uno de sus torreones como sacristía y dio nombre al patio que da acceso al recinto taifal.

Resalta en el exterior la portada mudéjar de ladrillo referida con anterioridad, construida en tiempo de Martín I el Humano y abierta en el último tramo de la nave sur.

Esta portada se articula mediante un arco carpanel muy rebajado, cobijado por otro apuntado de mayores dimensiones. Enmarcando ambos, un doble alfiz decorado con motivos taqueados formando paños de rombos.

      

Otra puerta nos conduce al Patio de Santa Isabel.Se trata del espacio abierto y ajardinado que unificaba todo el palacio taifal. A él vertían los pórticos norte y sur, y probablemente, habitaciones y dependencias situadas al este y oeste de este patio central.

Su nombre procede del nacimiento en la Aljafería de la infanta Isabel de Aragón, que fue en 1282 reina de Portugal. Se ha conservado la alberca original del sur, mientras que la del frente septentrional, del siglo XIV, se ha cubierto con un suelo de madera. La restauración intentó dar al patio el esplendor original, y para ello se dispuso una solería de placas de mármol en los pasillos que rodean al jardín de naranjos y flores.

La arcada que se contempla mirando hacia el pórtico sur está restaurada mediante el vaciado de los arcos originales que están depositados en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y en el Museo de Zaragoza. Suponen el mayor atrevimiento y distancia por su innovación con respecto a los modelos califales de las arquerías del lado norte.


      







Completando el recorrido por el palacio del siglo XI, se llega al pórtico sur, que consta de una arquería en su flanco meridional que da acceso a un pórtico con dos estancias laterales.

Este pórtico era la antesala de un gran salón sur que tendría la misma disposición tripartita del existente en el lado norte, y del cual solo queda la arquería de acceso de arcos mixtilíneos de decoración geométrica. Quizá en este sector meridional se den los mayores atrevimientos en cuanto a las arquerías, mediante el entrecruzamiento de formas lobuladas, mixtilíneas, e inclusión de pequeños relieves de fustes y capiteles con función exclusivamente ornamental.

La complejidad de lacerías, atauriques y labrados lleva a una estética barroquizante, que constituye un preludio de la filigrana del arte de la Alhambra y que son unas de las más bellas de todo el arte andalusí.

     




      


Oratorio. En el extremo oriental del pórtico de entrada al Salón Dorado, se encuentra una pequeña mezquita u oratorio privado para uso del monarca y sus cortesanos. A ella se accede a través de una portada que acaba en un arco de herradura inspirado en la Mezquita de Córdoba pero con salmeres en forma de S, una novedad que imitará el arte almorávide y nazarí. Este arco se apoya en dos columnas con capiteles de hojas muy geometrizantes, en la línea de las realizaciones arte granadino de soluciones en mocárabe. Su alfiz está profusamente ornamentado con decoración vegetal y sobre él se dispone un friso de arcos de medio punto entrecruzados.

Ya en el interior del oratorio hay un espacio reducido de planta cuadrada pero con esquinas achaflanadas, que lo convierte en una falsa planta octogonal. En el sector sureste, orientado hacia la Meca, se sitúa el nicho del mihrab. El frontal del mihrab se conforma mediante un arco de herradura muy tradicional, de formas cordobesas y rosca de dovelas alternadas, unas decoradas con relieves vegetales y otras lisas (aunque en origen estuvieron adornadas con decoración pictórica), que recuerdan la rosca del mihrab de la Mezquita de Córdoba, solo que lo que allí fueron materiales ricos (mosaicos y alarifes bizantinos) en Zaragoza, con mayor pobreza material que la Córdoba califal, son estucos en yeso y policromía, habiéndose perdido esta última en casi todo el Palacio. Siguiendo con el arco de la portada, un alfiz enmarca su trasdós, en cuyas albanegas aparecen rehundidas dos rosetas gallonadas, como también lo es la cúpula del interior del mihrab.

El resto de los muros de la mezquita están decorados con arcos ciegos mixtilíneos enlazados y decorados en toda la superficie con atauriques vegetales de inspiración califal. Estos arcos se apoyan en columnas rematadas en capiteles de esbelto canastillo. Un zócalo de losas cuadradas de mármol recubre la parte inferior de los muros de la mezquita.

Todo ello se remata en alzado con una espléndida teoría de arquillos polilobulados entrecruzados, que, en este caso, no son ciegos en su totalidad, pues los de las esquinas en chaflán dejan ahora ver los ángulos de la estructura de planta cuadrada. Esta galería es la única que conserva restos de la decoración pictórica del siglo XI, cuyos motivos fueron rescatados por Francisco Íñiguez Almech tras retirar el encalado con que fueron cubiertos tras el paso de la Aljafería a capilla cristiana. Desgraciadamente, este restaurador, loable por haber salvado de la ruina al monumento, trabajó en una época de distintos criterios a los actuales, pues se proponía restituir todos los elementos a su aspecto original. Para ello repintó con pintura acrílica las huellas de restos islámicos, lo que hace a esta actuación irreversible y, por consiguiente, nunca veremos el, aunque muy desvaído, pigmento original.

      






El palacio mudéjar de Pedro IV. No se trata de un palacio independiente, sino de la ampliación del palacio musulmán que todavía estaba en uso. Pedro IV trataba de dotar de salas más amplias, comedores y dormitorios a la Aljafería, pues las alcobas taifales se habían quedado pequeñas para el uso del Ceremonioso.

Estas nuevas salas se agrupan sobre el sector norte del palacio andalusí, a distintos niveles de altura. Esta nueva fábrica mudéjar fue extraordinariamente respetuosa con la construcción preexistente, tanto en planta como en alzado, y la integran tres amplios salones de planta rectangular cubiertos por extraordinarios aljarfes o techos mudéjares de madera.

También de esta época es la arquería occidental de arcos apuntados del Patio de Santa Isabel, intradosados en arcos lobulados, y una pequeña alcoba de planta cuadrada y cubierta con una cúpula octogonal de madera y una curiosa puertecilla de entrada en arco apuntado de intradós lobulado circunscrita en un finísimo alfiz, cuya enjuta se engalana de ataurique. Esta puerta conduce hacia una triple logia de arquillos de medio punto. La alcoba está ubicada en el bloque constructivo situado encima de la mezquita.





      









El palacio de los Reyes Católicos.

En los últimos años del siglo XV los Reyes Católicos ordenan construir un palacio para uso real sobre el ala norte del recinto andalusí, configurando una segunda planta superpuesta a la del palacio existente. La edificación rompía las partes altas de las estancias taifales, donde se insertaron las vigas que sustentarían el nuevo palacio.

Las obras están fechadas entre 1488 y 1495 y en ellas siguieron participando maestros mudéjares, como Faraig y Mahoma de Gali, que, al igual que sucedió con Pedro IV (Yucef y Mohamat Bellito) mantuvieron la tradición de alarifes mudéjares en la Aljafería.

Al palacio se accede subiendo la escalera noble, una monumental construcción integrada por dos amplios tramos con pretiles de yeserías geométricas caladas iluminada por ventanales de medio punto angrelados de menuda decoración de hojas y tallos de raigambre gótica e influencias mudéjares, rematados en croché sobre la clave de los arcos.

El techo, grandioso, como en el resto de las dependencias palaciegas, se cubre con soberbias bovedillas de revoltón transversales dispuestas entre las jácenas, y están decoradas con pintura al temple con motivos iconográficos relativos a los Reyes Católicos: el yugo y las flechas alternan con recuadros de decoración en grisalla de grutescos y candelieri, que anuncia la decoración típica del Renacimiento.

      


La escalera da acceso a un corredor en la planta primera que comunica con las dependencias palaciegas propiamente dichas. Se abre a una galería de columnas de fuste torso que descansan sobre zapatas con relieves antropomorfos en sus extremos. Para apoyar este mirador y el resto de las nuevas dependencias fue necesario seccionar las zonas altas de los salones taifales del siglo XI y disponer ante el pórtico norte cinco potentes pilares octogonales que, junto a unas arquerías apuntadas tras ellos, forman un nuevo antepórtico que une los dos pabellones perpendiculares andalusíes antedichos.

Destaca la portada principal de acceso al salón del trono: de arco rebajado trilobulado, guarnecido con un tímpano de cinco lóbulos, en cuyo centro aparece representado el escudo de la monarquía de los Reyes Católicos, en el que figuran los blasones de los reinos de Castilla, León, Aragón, Sicilia y Granada, sostenido por dos leones tenentes. El resto del campo decorativo se acaba con una delicada ornamentación vegetal de factura calada, que reaparece en los capiteles corridos de las jambas. Toda la portada está trabajada en yeso endurecido, que es el material predominante a cara vista en los interiores de la Aljafería, pues los artesanos mudéjares perpetúan los materiales y técnicas habituales en el Islam.



      


Una vez recorrido el espacio de la galería, se disponen varias salas que anteceden al gran Salón del Trono, que son denominadas «salas de los pasos perdidos». Se trata de tres pequeñas habitaciones de planta cuadrada comunicadas entre sí por grandes ventanales calados con celosías que dan al patio de San Martín, y que servían de antesalas de espera para quienes iban a ser recibidos en audiencia por los reyes.

En nuestros días solo dos son visibles, pues la tercera se vio clausurada al reponer la cúpula de la mezquita. Su techumbre se trasladó a una dependencia contigua al salón del trono.

Uno de los elementos más estimables de estas salas son sus solerías, que en origen eran azulejos cuadrados y alfardones hexagonales de cerámica vidriada en colores, formando caprichosas cenefas. Fueron elaborados en los históricos alfares de Muel (Zaragoza) a fines del siglo XV. De los fragmentos conservados se ha partido para restaurar el suelo en su totalidad con cerámica que imita la forma y disposición de la antigua solería, aunque no su calidad de reflejos vidriados.

El otro elemento destacable son sus excelsas techumbres estilo mudéjar-reyes católicos, constituidas por tres magníficos tajueles de carpinteros mudéjares aragoneses. Estos techos presentan retículas geométricas de madera posteriormente tallada, pintada y sobredorada con pan de oro, entre cuyas molduras ostentan los conocidos motivos heráldicos de los Reyes Católicos: el yugo, las flechas y el nudo gordiano unido al clásico lema «Tanto monta» (para deshacer el nudo gordiano, tanto monta cortarlo como desatarlo, según la conocida anécdota atribuida a Alejandro Magno), así como un buen número de florones de hojarasca rematados con piñas pinjantes.

      


      

El Salón del Trono.

Más complejo y difícil de describir es la magnificencia y suntuosidad del techo que cubre el Salón del Trono. Sus dimensiones son muy considerables (20 metros de longitud por 8 de anchura) y su artesonado está sustentado por gruesas vigas y traviesas que se decoran con lacerías que en las intersecciones forman estrellas de ocho puntas, al tiempo que generan treinta grandes y profundos casetones cuadrados.

En el interior de estos casetones se inscriben octógonos con un florón central de hojarasca rizada que rematan en grandes piñas colgantes que simbolizan la fertilidad y la inmortalidad. Este techo se reflejaba en el suelo, que reproduce los treinta cuadrados con sus respectivos octógonos inscritos.

Bajo el artesonado discurre una airosa galería de arcos conopiales transitable y con antepechos calados desde la que los invitados podían contemplar las ceremonias regias. Para terminar, toda esta estructura se apoya en un arrocabe con molduras en nacela labradas con temas vegetales y zoomorfos (cardina, pámpanos, frutos de vid, dragones alados, animales fantásticos...), y, en el friso que rodea todo el perímetro del salón, aparece una leyenda de caligrafía gótica cuya traducción es:

Fernando, rey de las Españas, Sicilia, Córcega y Baleares, el mejor de los príncipes, prudente, valeroso, piadoso, constante, justo, feliz, e Isabel, reina, superior a toda mujer por su piedad y grandeza de espíritu, insignes esposos victoriosísimos con la ayuda de Cristo, tras liberar Andalucía de moros, expulsado el antiguo y fiero enemigo, ordenaron construir esta obra el año de la Salvación de 1492.



     

      



Horarios de visita al Palacio de la Aljafería

Mañanas: (Excepto jueves y viernes)

Todo el año De 10:00 a 14:00 horas

Visitas guiadas: 10:30 - 11:30 - 12:30 horas.

Tardes: (Excepto jueves)

De noviembre a marzo:

De 16:00 a 18:30 horas (Domingos tarde, cerrado)

Visitas guiadas: 16:30 - 17:30 horas

De abril a octubre:

De 16:30 a 20:00 horas

Visitas guiadas: 16:30 - 17:30 - 18:30 horas

Precios:

General: 5 euros

Jubilados y estudiantes: 1 euro

Gratuita: los domingos, menores de 12 años acompañados y centros docentes.

Entrada incluida en la Zaragoza Card.


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