Liérganes  es un municipio de la comunidad autónoma de Cantabria (España) situado  en la comarca de Trasmiera. Limita al norte con Medio Cudeyo, al este  con Riotuerto, al sur con Miera y al oeste con Penagos. Por su  territorio discurre el río Miera, caudal que alimenta el balneario de  Liérganes.
Nos  acercamos a Liérganes después de visitar el Parque de la Naturaleza de  Cabárceno. Ya conocíamos la villa pero en esta ocasión queríamos dar un  paseo más profundo y sobre todo, en buena compañía, probar el famoso  chocolate con churros tan típico de la localidad, cosa que hicimos nada  más aparcar en la estación de Renfe.
Y  desde allí cruzando el puente nos adentramos en el centro histórico,  lleno de casas blasonadas y de palacios, de casonas populares, de  rincones bellos, de balconadas llenas de luz y color con sus flores. Sin  duda, un paseo muy agradable que nos hace considerar a Liérganes uno de  los pueblos más bonitos de España.
Un  consejo en tu visita a Liérganes: guarda el mapa y piérdete por sus  calles empedradas, por sus plazas llenas de color, y sumérgete en el  silencio. Pasea por la villa y trasládate a otra época. Te enamorarás de  Liérganes enseguida.
En  el lugar de Liérganes, cercano a la villa de Santander, vivía a  mediados del siglo XVII el matrimonio formado por Francisco de la Vega y  María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer, al enviudar, mandó  al segundo de ellos, Francisco, a Bilbao, para que aprendiese el oficio  de carpintero. Allí vivía el joven Franciscos cuando, la víspera del día  de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos amigos al río. El  joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta  perderse de vista. Según parece, el muchacho era un excelente nadador y  sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al  ver que no regresaba, le dieron por ahogado.
Cinco años más  tarde, en 1769, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz,  se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Cuando  se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita  aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron  atraparlo, cebándolo con pedazos de pan y cercándolo con las redes.  Cuando le subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser  era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo;  las únicas particularidades eran unca cinta de escamas que descendía de  la garganta hasta el estómago, otra que cubría todo el espinazo, y unas  uñas gastadas como corroídas por el salitre. Los pescadores llevaron al  extraño sujeto al convento de San Francisco donde, después de conjurar a  los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios  idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los  esfuerzos de los frailes en hacerlo hablar se vieron recompensados con  una palabra: Liérganes. 
El suceso corrió de boca en boca y nadie  encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo montañés,  que trabajaba en Cádiz, comentó que por sus tierras había un lugar que  se llamaba así. Don Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio  de la Inquisición, confirmó la existencia de Liérganes como un lugar  cercano a Santander, perteneciente al arzobispado de Burgos, y del cual  él era oriundo. De inmediato mandó noticia del hallazgo efectuado en  Cádiz a sus parientes, solicitando que informaran de si allí había  ocurrido algún suceso que pudiese tener conexión con el extraño sujeto  que tenían en el convento. De Liérganes respondieron que allí no había  ocurrido nada extraordinario fuera de la desaparición de Francisco de la  Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en el río de  Bilbao, pero que esto había ocurrido cinco años atrás.
Esta  respuesta excitó la curiosidad de Juan Rosendo, fraile del convento,  quien, deseoso de comprobar si el joven sacado de la mar y Francisco de  la Vega eran la misma persona, se encaminó con él hacia Liérganes.  Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un cuarto de legua  del pueblo, el religioso mandó al joven que se adelantara hasta allí.  Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hacia  Liérganes, sin errar una sola vez el camino; ya en el caserío, se  encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Esta, encuanto le  vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus  hermanos que se hallaban en casa.
El joven Francisco se quedó en  casa de su madre, donde vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés  por nada ni por nadie. Siempre iba descalzo y si no le daban ropa no se  vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba, solo de  vez en cuando pronunciaba las palabras "tabaco", "vino", y "pan", pero  sin relación directa con el deseo de fumar o de comer. Si se le  preguntaba si lo quería, no contestaba. No solicitaba la comida, pero si  se la ponían delante o si veía comer y se lo permitían, comía y bebía  mucho de una vez y después no volvía a hacerlo en tres o cuatro días. Si  se le mandaba llevar algún papel de un pueblo a otro de los que conocía  antes de irse lo ejecutaba con gran puntualidad y siempre  silenciosamente.
En una ocasión le enviaron a Santander con un  papel para un caballero de este pueblo y no hallando el barco de Pedreña  se arrojó al mar y pasó a nado una legua que hay de travesía desde este  embarcadero a Santander. Mojado como salió entregó el papel. El sujeto a  quien iba dirigido le hizo secar para poder leerlo y aunque le preguntó  cómo estaba de aquella suerte, no respondió nada. Por el mismo rumbo  volvió puntualmente la contestación. Iba a la iglesia si veía ir a  otros, o si se lo mandaban, pero en el templo de nada hacía caso, ni se  le notaba atención alguna a la misa y demás funciones eclesiásticas. Por  todo ello se le creía loco hasta que un buen día, al cabo de nueve  años, desapareció de nuevo en el mar, sin que se supiera nunca más de  él. 

























 
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